ÁRBOL VIEJO (Barranquilla 1906)

El árbol que sombrea la llanura
tiene cien años de acendrar sus mieles,
de temblar bajo el jubilo del cielo
alargando sus frutos sazonados,
de escuchar el silencio de la noche,
y de ver a las mozas del camino,
perennemente sin decirles nada…

Los labradores con el hierro al hombro
llegan en la fatiga de la tarde,
y piensan al mirarlo, simplemente:
“Ya rindió sus cosechas más jugosas,
y ofrece al hacha los desnudos brazos
y ofrece al hacha los desnudos brazos
para el alimento del hogar: cortémosle”.

¡Oh inquietud vespertina!
¡Cómo tiemblan mis carnes cual las ramas sacudidas
del árbol que sombrea la llanura!
Me duele el corazón…

En el lejano horizonte se encienden los hogares,
y con un ritmo lánguido y liviano
parecen que sollozan los palmares.
Me quedo preguntándome a mí mismo:
¿para qué sirve un árbol?
¿Para darle cuatro varas de sombra al césped trémulo?
¿Para temblar bajo el azul del cielo alargando sus frutos sazonados?
¿Para oír el silencio de la noche?
¿Para ver a las mozas del camino, perennemente, sin decirles nada?

Me quedo preguntándome a mí mismo
en la fúlgida noche que desciende;
y ella, que en paz sus luminares prende,
dilata mi ansiedad con su mutismo…